viernes, 20 de marzo de 2015

EL CRÉDITO DE LA SALUD I

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La gestión del cambio, la recuperación de las riendas de nuestra vida debe surgir de uno mismo pues nuestra es la responsabilidad. No obstante, es cierto que tenemos una percepción de la salud absolutamente difusa. Pensamos que su pérdida va de la mano de la edad y que llegados a ese punto, los médicos nos devolverán con sus medicamentos la salud que nos falta. Nada más lejos de la realidad. 


Explico siempre, que la salud es una tarjeta de crédito muchas veces asociada a la juventud, un crédito diferente para cada persona y que cada individuo gasta a su antojo: algunos consumen su crédito tan rápidamente que llegados a los cuarenta o cincuenta años ya están en números rojos y van a pedir préstamos de salud a los médicos, pero lo que les quedará, incluso cuando ese crédito de “salud extra” es concedido, será únicamente un parche temporal que les permitirá sobrellevar su maltrecho organismo durante tal diez o quince años más. Otros invierten en salud sencillamente ahorrando: realizan ejercicio con regularidad, se preocupan por aquello que comen, aprender a decir no a lo que pueda perjudicarles y educan a su mente, a su cuerpo y -casi siempre- a sus hijos en hábitos saludables capaces de hacerles llegar a edades avanzadas con un crédito más que cuantioso. Casi siempre, detrás de unos padres que maltratan su salud, hay un niño que no sabe conservarla ni tampoco valorarla.



Debemos tomar conciencia de que aunque es cierto que el cuerpo es una máquina muy resistente, cuanto menos lo cuides, menos satisfacciones de dará. Algunas personas han consumido su crédito de salud a los treinta o treinta y cinco años. Su tarjeta ya no tiene saldo, o lo que es lo mismo: antes de llegar a la mitad de su vida ya presentan problemas de sobrepeso, o viven una vida absolutamente condicionada por un constante estado de estrés, o sencilamente tienen unos pulmones y un sistema vascular que gracias a quince años esponsorizando a las tabacaleras (y al estado), es muy probable que estén muy cerca de darnos algún susto. Lo que es importante tener en cuenta es que la salud no es ilimitada y solo hay una salida: o ingresas salud o más tarde o más temprano necesitarás créditos periódicos para continuar en el mercado.

Las personas -que somos un animal muy curioso-, somos relativamente sordas a cuanto acontece dentro de nuestro cuerpo. Somos muy eficientes en establecer relación con cientos de inputs externos a nuestro organismo, las relaciones sociales, las expresiones culturales como la música y el arte, la tecnología… sin embargo cuando buscamos una sensación más interna, más profunda, algo que sobrepase las sensaciones cotidianas e incluso que nos abstraigan de ellas, solemos recurrir a sustancias que por lo general son nocivas como las drogas o el alcohol, dos de las pautas más repetidas en torno a la palabra ocio. 

Muchas personas no viven ni fluyen con su cuerpo y su mente: luchan contra el, entrando en una dinámica caracterizada por nuestra capacidad de agredir al organismo mediante hábitos como fumar, beber en exceso, ingerir cantidades enormes de calorías… y su capacidad tremenda de regenerarse y soportar las agresiones a las que lo sometemos. Y lo curioso es que desde la existencia del hombre sobre la tierra, nunca hemos tenido un momento más propicio para comenzar a cuidarnos. Jamás tanto conocimiento ni tantos medios, ni tantas razones como para dar el paso hacia un modo de vida que no nos agreda. 

Lo que ocurre es que antes, si uno no corría para cazar sencillamente no comía o era comido por un depredador. Ahora sencillamente abrimos la nevera y el alimento está ahí, y los depredadores de hoy ya no te despedazan de golpe… lo hacen poco a poco a pesar de que creemos haberlos domesticado, son depredadores como el estrés, el tabaquismo, el sobrepeso…

Si nos fijamos detenidamente, la mayoría de los fumadores e incluso de aquellas personas que beben en exceso, no atienden a estadísticas ni a datos científicos. Pueden aceptar la opinión del experto en arquitectura que les dice que una grieta en determinada zona del edificio y de un determinado grosor puede dar estos u otros problemas, no hay un intercambio de opiniones ni matizaciones personales a la opinión del experto. Sin embargo, cuando les dices que beber cuatro o cinco copas de vino al día es un comportamiento de riesgo o que las estadísticas médicas indican que fumar un paquete al día aumenta las posibilidades de padecer impotencia hasta en un 60%... ah, entonces es arena de otro costal… aquí todos expresan su opinión personal: “todo depende del tipo de vino”, “eso depende del peso corporal”, o “eso a mi no me ocurre, yo funciono muy bien…” llegados a estos casos todos nos convertimos en expertos médicos. Es curioso como el tabaco es capaz de acabar con la vida de tantísima gente, y de tantos pseudoexpertos  que manifestaron durante años que la contaminación, o los conservantes de los alimentos mataban aún más que el tabaco; los cementerios están llenos de estos expertos de tres al cuarto.



Hasta hace pocos años, el concepto de bienestar era un gran desconocido en nuestro país o por lo menos, no era aplicable a nuestro cuerpo sino que era más bien un concepto relacionado con la estabilidad socioeconómica. Hablar de bienestar era sobretodo hablar de un concepto global que debía aplicarse a la gran masa social, siendo por tanto una concepción indivisible de aspectos políticos y económicos, el concepto de bienestar establecía por tanto la prioridad de lo que hasta hace poco era inalcanzable: la seguridad del alimento y el trabajo, verdadero motor del desarrollo de todos los países. 

En la actualidad, y gracias a los avances científicos, contamos con varios años extra de vida  y en el mejor de los casos de independencia física y un grado de salud impensable cincuenta o sesenta años atrás. Esto ha potenciado de forma generalizada la idea del "Yo", como unidad auto-gestora de sus actos y responsable de su futuro. Pensar en el Yo, ha favorecido además la planificación de un proyecto de vida más allá del puramente reproductivo, y esto ha tenido consecuencias sociales y económicas de primer orden. Pensemos que a mediados del siglo XIX, la esperanza de vida en Europa era de sólo cuarenta años (dos siglos no es nada en términos evolutivos). Lo justo para desarrollarse, encontrar una pareja sana y reproducirse, una idea absolutamente desfasada y distinta de lo que ocurre hoy día en donde se tienen un promedio de cinco o seis parejas a lo largo de la vida y en donde la situación de “doble nido” que se da en casos de divorcio, es algo generalizado. 

Curiosamente, ese bienestar se ha manifestado en un consumismo masivo que va más allá de lo puramente necesario para vivir y muy relacionado con aspectos materiales. Ya no se trata de comprarse un piso, un sofá y casarse… ahora parece que no sepamos vivir sin el último móvil y la última televisión de plasma. Evidentemente que el entorno social y el llamado “factor de grupo” o “factor de iguales”, establece que los mínimos de hace treinta o cuarenta años hayan cambiado y los mínimos de los que nosotros disfrutamos sean (al igual que hemos progresado tecnológicamente y en otros muchos aspectos) muy superiores a los que pudieron disfrutar nuestros padres, esto forma parte del consumismo y la sobredimensionada idea de la productividad que estamos asumiendo como normal: más rendimiento, más productividad, más dinero, más necesidades, más estatus y de nuevo más rendimiento. Este bucle en el que muchas personas se encuentran hoy día es el responsable de una de las epidemias más temidas del mundo desarrollado: el estrés y sus demoledores efectos sobre nuestra salud.



Luis Perea

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