miércoles, 15 de enero de 2014

EDUCANDO A LOS NIÑOS EN UN ENTORNO DE SALUD II

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El tabaco y el alcohol en el entorno del niño



El tabaco y el alcohol son drogas. Socialmente aceptadas pero drogas al fin y al cabo. Es más: podemos dejar de ingerir ciertos alimentos cuando sabemos que nos perjudican simplemente sustituyéndolos por otros más beneficiosos. Pero la gran masa social es absolutamente incapaz de eliminar estos dos factores de su vida cotidiana. El caragillo de anís en el desayuno, la cerveza a media mañana, las tres copas de vino durante la comida y la copa de coñac al finalizarla o los diferentes tipos de licores que tomamos al finalizar el día son en su conjunto (no de forma aislada y ocasional) hábitos insanos muy difíciles de dejar cuando uno se lo propone. 

Las estructuras y costumbres sociales giran en torno al alcohol y el tabaco y lo cierto es que sabemos que no es simplemente por el sabor en si mismo sino por los efectos que produce en nuestro cerebro. El bebedor social es adicto a estos efectos y generalmente le quita importancia a su adicción simplemente ignorando que es incapaz de disfrutar de la vida sin la presencia de estos factores. Esta incapacidad se manifiesta igualmente en presencia de niños, en donde culturalmente estamos aceptando demasiadas concesiones delante de ellos. Los malos tratos son nocivos e inaceptables, el tabaco, las costumbres agresivas o la autolesión también y deberíamos tener conciencia de ello porque de nuevo, no se trata de gestionar grados de nocividad sino actos responsables.

Nos encontramos además frente a dos drogas con un arraigo muy profundo en las costumbres sociales y con un consumo masivo en un porcentaje enorme de la población. En ambas se produce un inicio al consumo muy temprano, un 60% y un 48% se inician, respectivamente, en el consumo de tabaco y alcohol antes de los 16 años, y a partir de esa edad, entre los 16 y los 20 años (antes del fin del desarrollo físico del individuo), se inicia una escalada hacia un consumo abusivo. Este consumo que viene relacionado en muchas ocasiones con una falta de comunicación con los padres, fracaso escolar, insatisfacción en los estudios y en la autorrealización personal, tiene un denominador común: la falta de control de los padres sobre los hijos.



En la mayoría de ocasiones, cuando este tema es tratado en conversaciones con padres o amigos, aparecen dos planteamientos de defensa muy claros, uno orientado hacia el argumento de: "yo tengo el control" y otro orientado hacia el argumento de "no es para tanto, no hace tanto daño". Frente al primer argumento sólo cabría opinar que si realmente uno es capaz de controlarse, la medida preventiva de no beber si se va a conducir debería ser razón suficiente. Aún así el alcohol está presente en España aproximadamente en el 30% de los siniestros con resultado de muerte. A una red viaria plagada de puntos negros, coches cada vez más potentes, exceso de velocidad y el estrés, hay además que sumar a treinta de cada cien conductores que "creen tener el control" a pesar de haber bebido.

Sobre el argumento de "no es para tanto, no hace tanto daño" podríamos establecer diferentes niveles de importancia de menos a más. En primer lugar encontramos efectos físicos y estéticos inmediatos: el alcohol aporta 7 Kcal. por gramo y ningún nutriente. Estas calorías se suman a la ya de por sí hipercalórica dieta que llevamos. Los resultados en forma de grasa acumulada son evidentes en ciertos hombres bebedores habituales, además nuestro cuerpo es incapaz de oxidar el alcohol, por lo que el hígado tiene que procesarlo para convertirlo en grasa, que luego se almacena en el mismo hígado o en el tejido adiposo. Una vez asumidos los riesgos a medio o largo plazo para nuestra salud, el “no es para tanto” deberíamos extrapolarlo a la educación de nuestros hijos.


Cuando la educación es inconsecuente


Desde el punto de vista de un niño, convivir con unos padres fumadores o bebedores…. -no hablemos de cantidades, hablemos del acto de hacerlo delante del niño- implica que introducimos en la educación del niño ciertas "licencias" conductuales. Lo ideal, el escenario perfecto para salvaguardar la salud de nuestro hijo y hacerlo crecer en un ambiente sano, sería poderle enseñar entre los seis y los once años aproximadamente que es cuando el niño es más receptivo, que ciertas conductas son nocivas para uno mismo y para los demás. Pero si los padres tienen hábitos insanos y los tienen además de forma regular en presencia de sus hijos, nos encontramos ante un caso de educación inconsecuente. 

Es un caso muy frecuente que comienza a darse en algunas escuelas y también en progenitores en donde se obvian estos temas dado que el profesor o alguno de los padres son fumadores habituales. Por tanto, antes de enfrentarse a la situación de cambiar de hábitos en pro de la educación de sus hijos, muchos padres y no pocos profesores optan por evitar estos temas.

Cuando el niño se convierte en adolescente, encontrarnos con situaciones como el fenómeno del "botellón" -que no es más que un acto de reafirmación de su libertad- u observar que el consumo de tabaco entre los jóvenes empieza cada vez a edades más tempranas, no debería sorprendernos. Es fácil opinar que se trata de problemas sociales, es legítimo pensar que si los jóvenes dispusieran de más opciones para el ocio o más facilidades para hacer ejercicio estos hechos no ocurrirían, pero el problema de raíz es que los jóvenes adquirieron la licencia de beber o fumar mucho antes de llegar a la pubertad. Generalmente un padre o una madre con sobrepeso, demasiado cansados como para llevarse a su hijo el fin de semana a hacer ejercicio y demasiado egoístas como para dejar de fumar hace diez años atrás les regalaron la licencia sus hijos, ahora adolescentes, para emborracharse los fines de semana.





Está claro que un niño no puede evaluar la importancia de un dato estadístico, pero el niño es perfectamente capaz de desarrollar la habilidad de tomar decisiones sobre si mismo y sobre su seguridad personal. De igual manera que le enseñamos que el fuego de la cocina o el gas son peligrosos porque pueden poner su vida y la de los que le rodean en peligro, lo mismo debemos inculcarle con el tabaco o el alcohol. Un peligro es un peligro independientemente de que su potencial de peligrosidad se manifieste a corto o a largo plazo e independientemente de que suframos nosotros mismos algún tipo de dependencia hacia el. Y que ese peligro forme parte de nuestras costumbre cotidianas, no minimiza el riesgo.

Hace poco tiempo, durante unas jornadas de formación en fin de semana a las que llamo "Fines de semana sanos" y en los que junto familias muy diversas entre si desayunamos juntos, hacemos ejercicio juntos etc. y debatimos junto con una doctora nutricionista, un psicólogo y yo mismo como educador físico, los diversos aspectos que son vitales para la salud familiar, los hábitos que se deben corregir y aquellos en los que hay que incidir con mayor importancia, salió como es habitual, el tema de fumar delante de nuestros hijos. En ese momento diluí en un vaso de agua el contenido en polvo -absolutamente inocuo, era simplemente leche en polvo- de un sobre que, según les explique, contenía aproximadamente la misma cantidad de nicotina, benceno, alquitrán etc. que contenía un cigarrillo. Hecho esto, me dispuse a dárselo a uno de los niños presentes... la reacción de los padres durante los siguientes cuarenta segundos, fue primero de curiosidad, luego de incredulidad y mas tarde de total  oposición a lo que yo me disponía a hacer. Y realmente: ¿Cuál es la diferencia entre hacer inhalar a nuestros hijos el humo de nuestros cigarros con todas las sustancias químicas nocivas que incluye o bien hacerle ingerir por vía oral la misma cantidad varias veces al día?. ¿Alguien podría darme un argumento que no incluya las palabras irresponsabilidad o egoísmo?



Los niños de entre cuatro a siete años, suelen aprender mucho de la experiencia y suelen ser poco receptivos a explicaciones que involucren al futuro. Por tanto lo más eficaz es decirles "esto es malo" sin demasiadas explicaciones más. Algunos padres fumadores lo hacen sin pensar en la tremenda contradicción a la que se enfrenta el niño intentando gestionar el por qué el padre o la madre hace algo que es por definición “malo”. Entre los ocho y los once años es una edad idónea para que el niño tome sus propias decisiones, y estas deben basarse en enseñanzas y argumentaciones que previamente debemos haberle enseñado. Un niño nunca sabrá decir "no" si no conoce las razones exactas y no ha aprendido previamente las razones del "no". Por ello cuando más tarde el niño llegue a la adolescencia, su creciente necesidad de independencia le hará ratificar su libertad tomando decisiones arriesgadas. En este momento, lo que ha vivido en casa, las razones del "no" y sobre todo el respeto a unos padres consecuentes con lo que le han enseñado durante la infancia, le harán seguramente tomar decisiones correctas. Otros padres se escudan en aquellas socorrida frases: la contaminación también mata, los pesticidas también son malos, etc, etc… bien, todo es una cuestión de actitud, hay cosas que podemos cambiar y cosas que no (aunque podemos intentarlo).

Generalmente, detrás de la afirmación "yo tengo el control" "no es para tanto, no hace tanto daño" hay un problema de autocontrol... en este punto además sería conveniente preguntarle al padre que hace esta afirmación, cuales son sus conocimientos médicos y de salud como para afirmar y decidir que hace daño y cual es el nivel de nocividad de su acto. 

Este problema de autocontrol es especialmente grave cuando el que lo padece es padre, ya que un padre sin autocontrol, difícilmente creará un niño con que se controle a si mismo y sepa decir "no" o "basta" en el momento adecuado. Tras una falta total de ocio o socialización sin presencia de alcohol, al margen de la práctica deportiva, como ocurre en gran medida en nuestra sociedad, existe una persona con incapacidad para buscar nuevas alternativas. Si somos incapaces de ofrecernos a nosotros mismos nuevas y sanas alternativas de ocio, ¿cómo seremos capaces de hacer entender a nuestros hijos que el "botellón", el tabaco o las drogas no deberían constituir alternativas válidas para su ocio?





Los padres (igual que los profesionales del fitness o los médicos) deben ser modelos de conducta. No hay condiciones, no hay grados. Un padre consecuente no puede ofrecer a su hijo un modelo de vida o una educación inconsecuente. De igual forma, un educador físico o un asesor de salud no puede ser inconsecuente con sus actos y hábitos de vida. "Bien, pero yo no bebo todos los días" o "no fumo demasiado"... (cuanto es “demasiado” será algo que decidirán tus genes y tu organismo)… si hacemos estas afirmaciones aceptemos entonces que somos profesionales de forma ocasional o no demasiado profesionales.


Luis Perea

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