Esta
claro que hacer deporte no es una afición que le guste a todo el mundo. Generalmente,
cuando a una persona no le gusta la actividad física, todos los esfuerzos por
hacerle sentir el ejercicio como algo atrayente y divertido serán en vano. Esto
suele ocurrir por varias razones, una de ellas es la escasa motivación, y otra
muy importante es la escasa identificación con el deporte en si mismo.
Las
causas seguramente habría que buscarlas en la niñez. El niño que no hace
deporte de manera regular, acaba por identificar la fatiga y el cansancio como
una experiencia negativa. Esta correlación de factores, (ejercicio igual a
cansancio), permanece a lo largo de los años y acaba por formar un adulto que
está cómodo en su sedentarismo y que ve en el ejercicio físico una agresión de
la que hay que escapar.
Las fórmulas de escape suelen ser de lo más variadas,
algunas ya las hemos comentado: “no tengo
tiempo…”, “ya hago suficiente deporte
trabajando….”, “yo camino mucho durante el día…” En realidad,
saber si la actividad física que realizamos es la adecuada y a la intensidad
idónea, es tan sencillo como consultarle al espejo: si no tienes el aspecto
físico que te gustaría, seguramente no haces el ejercicio apropiado, no con la
suficiente frecuencia o no a la intensidad suficiente. Consultar la última
analítica y observar nuestros niveles de colesterol o hipertensión es otra
forma de ver si nuestro cuerpo nos está pidiendo un instante de atención.
La actividad física, que debería ser algo intrínsecamente ligado al ser humano, sin embargo, la sociedad actual se está
acostumbrando a identificar como experiencias positivas aquellas en las que
interviene la ley del mínimo esfuerzo: dormir, comer, sentarse a ver la
televisión, estirarse en la playa a tomar el Sol… incluso el tremendo auge del
turismo termal a sabido asociar el concepto de relax con la salud sin ni
siquiera hablar de ejercicio físico, y cada vez más la gente acude a estos
centros a liberar tensiones de la vida diaria y a “desconectar” de la presión
del trabajo… exactamente lo mismo que hacen al llegar a casa cada día por la
noche y conectar la televisión: liberar tensiones y “desconectar” de la presión
del trabajo… es curioso que una enorme parte de la sociedad viva bajo este
extraño mecanismo de carga de tensiones y descarga de presiones.
Todos los días de su vida, cuando hablo
con algunas de estas personas, siempre les explico que lo primero es aceptar
que también ellos son vulnerables a los efectos de la inactividad física, y que
los beneficios podrán constatarse tanto a nivel mental como físico en un tiempo
que varía en cada persona pero que vale la pena invertirlo para que apreciar
los resultados. Cuando la persona que comienza un programa de ejercicio
constata que su estado físico mejora, y poco a poco va identificando el
ejercicio como una experiencia positiva que le reporta un beneficio a corto
plazo. La motivación entonces ya no será tanto descargar presión, sino “cargarse”
de energía sabiendo que el tiempo invertido revierte en nuestra propia salud.
Casi siempre, las personas que abandonan
un programa de ejercicio lo hacen porque la fatiga física, el sentimiento de
“esto no va conmigo”, la falta de resultados, falta de integración en el
entorno social del centro deportivo o sencillamente por la sensación de
ridículo (que no es más que no sentirse identificado con el ejercicio físico).
Todo esto queda en relevancia en la mayoría de centros deportivos de cualquier
parte del mundo. Actualmente la migración de clientes de los centros deportivos
en España, oscila entre un 35 y un 50%. Es decir, casi la mitad de nuestros
clientes se dan de baja antes de un año -en parte- por hacer suyas las sensaciones descritas.
La
solución es simplemente trabajar nuestra motivación. Si hemos comenzado ya un
programa de ejercicio es porque conocemos y entendemos los beneficios que vamos
a conseguir, y no debemos permitir que el mínimo contratiempo tenga el poder de
apartarnos del objetivo que deseamos conseguir. Si todavía no lo hemos
comenzado, posiblemente debamos reconocernos a nosotros mismos que ya está bien
de ponernos excusas o bien tomar conciencia de que la solución a nuestro
sobrepeso, a nuestro problema estético o simplemente al tirón de orejas que nos
propinó el médico en la última visita, no aparecerá como por arte de magia sin
esfuerzo alguno. Al final, la experiencia me ha hecho aprender que en la vida
existen dos tipos de personas: los que buscan la solución y los que se conforman
y casi siempre esto es extrapolable a la mayoría de aspectos de la vida.
Seguramente el lector esperaba que
concluyera esta parte revelando algún secreto para fomentar la motivación y la
constancia… pero lo cierto es que no hay secretos. O se quiere hacer o no se
quiere. Hay algunas ayudas, como un buen Entrenador Personal que pueda trabajar
en nuestra formación y en nuestra motivación, pero la decisión final es siempre
de la persona.
Luis Perea
No hay comentarios:
Publicar un comentario